Ventajas de la ganadería extensiva de montaña
Desde tiempos inmemoriales, los humanos han aprendido a domesticar animales para estabilizar sus fuentes de alimento, abrigo y utensilios. Junto con la agricultura, la ganadería ha contribuido a formar asentamientos de humanos, pueblos y, más tarde, ciudades donde vivir, sin tener que desplazarse en busca de alimento mediante el nomadismo. La especie humana ha ejercido tal presión sobre los animales y la naturaleza que ha llegado a poner en peligro el futuro del planeta. Sin embargo, un sistema ganadero bien ejecutado actualmente presenta indiscutibles ventajas frente a otros que agravan el desafío ecológico al que se enfrenta la humanidad hoy en día.
Un aprovechamiento eficaz de los recursos naturales
La ganadería extensiva está basada principalmente en el pastoreo, dejando pastar a las reses libremente por amplias zonas de terreno. El aprovechamiento de pastos naturales permite utilizar con eficiencia los recursos naturales del territorio, y minimizar el aporte de recursos externos.
Por definición, la ganadería extensiva necesita de grandes extensiones de terreno donde criar a los animales. Eso quiere decir que se desarrolla en entornos rurales con poca densidad de población. Por eso mismo es una actividad económica que contribuye a fijar la población en zonas despobladas, dinamizando su economía. Los ganaderos son clave en las economías de las zonas de montaña.
Al aprovechar los recursos naturales existentes en los montes donde pasta el ganado, se requiere muy poco aporte de energía, ya que en ocasiones con 0,1 kilojulio o menos se obtiene 1 kilojulio de alimento en la mesa del consumidor. Eso la convierte en la ganadería con mayor eficiencia energética global.
Muchos montes solo pueden ser aprovechados por rumiantes en pastoreo; no sirven para producir alimentos para la población humana y por tanto, no compiten con ella. Además, aquí el ganado puede optimizar su alimentación aprovechando sotobosques, frutos silvestres y formaciones arbustivas. Así pues, mediante el pastoreo se aprovechan recursos naturales para transformarlos en alimento para el ser humano, que de otra forma no se podrían usar.
En las últimas décadas nos hemos dado cuenta de que la gestión sostenible de los pastos es esencial para mitigar el cambio climático. Una programación adecuada de su uso definiendo la carga ganadera óptima en cada momento, los periodos de pastoreo y descanso, son fundamentales para adoptar una estrategia a largo plazo.
Una parte de la biomasa que consume el ganado y no puede ser digerida por el animal, retornará al suelo en forma de heces y nutrientes disponibles para las plantas. Los rumiantes contribuyen así a la fertilidad del suelo.
Frente a la ganadería industrial concentrada e intensiva, este modelo ganadero, extensivo y de pastoreo, con densidades adecuadas, es la mejor alternativa y ofrece al consumidor la oportunidad de elegir a partir de procesos más respetuosos con la naturaleza y con un impacto positivo en la mitigación del cambio climático.
Está demostrado que un pastoreo equilibrado secuestra más carbono que el sobrepastoreo o la ausencia de él.
Los animales pastan por lugares sin mucha afluencia humana, donde los bosques no tienen mantenimiento como hace siglos. El ganado en libertad es una eficaz herramienta en la prevención de incendios forestales, pues consume materia seca muy combustible.
En resumen, mientras que la ganadería industrial consume alimentos preparados como piensos y cereales producidos en tierras cultivables que compiten con la producción de alimentos para las personas, el ganado en extensivo se alimentan de recursos locales de base territorial (pastos, bosques, barbechos…); frente a una granja industrial que no proporciona servicios ecosistémicos relevantes, sino que los perjudica (contaminación por fertilizantes, pesticidas y purines…) este modelo ganadero contribuye al mantenimiento de hábitats, a la conservación de la biodiversidad y a la transferencia de fertilidad al suelo. Si en una granja en régimen intensivo los animales viven estabulados, el ganado en extensivo goza de libertad de movimiento total.
Razas autóctonas en beneficio de la biodiversidad
La ganadería extensiva contribuye a la conservación de ciertos ecosistemas agrarios de montaña y a mantener la biodiversidad, ya que las razas ganaderas son un elemento destacado de la biodiversidad. Sin embargo, la expansión de sistemas ganaderos intensivos, manejados bajo condiciones controladas, ha fomentado la difusión por todo el planeta de un reducido grupo de razas, altamente especializadas y seleccionadas, que han desplazado a las autóctonas, aquellas adaptadas localmente, cuya conservación está amenazada. Recientes estudios demuestran que, cuando se trata de usos ganaderos extensivos y sostenibles con razas autóctonas, la ganadería podría ser una actividad favorable para mantener la biodiversidad silvestre y ayudar a configurar paisajes más heterogéneos y complejos.
El uso de razas ganaderas autóctonas constituye uno de los pilares centrales del manejo agroecológico, en cuanto a su eficiencia, sostenibilidad, y la autonomía respecto a los vaivenes del mercado de alimentación animal; permite la reducción de costes en una de sus partidas más importantes, la alimentación (23%); y a su vez reduce pérdidas por enfermedades.
Por el bienestar de los animales
En cuanto al bienestar de los animales, es evidente que es mucho mejor para ellos vivir en los montes y en terrenos amplios, con más libertad y espacio vital, que en las explotaciones de ganadería intensiva donde viven estabulados y disponen de poco espacio. En las granjas intensivas se controla mucho la alimentación y la producción de las reses (sea carne o leche), para que el rendimiento sea propicio para el ganadero. Éste tiene que aportar grandes cantidades de energía en forma de construcción de establos, máquinas para extraer la leche de las vacas, alimentos procesados, medicinas preventivas... Y para que sea rentable debe ejercer presión ambiental a las reses, sin tener en cuenta, en casi todos los casos, el bienestar animal.
Por la conservación de un valioso patrimonio material e inmaterial
La ganadería extensiva es una práctica que se remonta a tiempos lejanos y está muy ligada a la idiosincrasia de estos territorios rurales. De hecho, una cueva del Pirineo aragonés, en la comarca oscense de la Ribagorza, ha permitido documentar el rebaño trashumante más antiguo de Europa, con ovejas pastoreadas hace 7.300 años. En esa fecha tan temprana ya se establecieron rutas trashumantes en esta parte del Pirineo, práctica ganadera que ha llegado hasta nuestros días y ha dejado una profunda huella en el territorio. Manteniendo viva esta actividad se contribuye a conservar todo un rico patrimonio cultural, material e inmaterial vinculado a la cultura pastoril propia de cada región.
Esta herencia cultural se manifiesta en recetas tradicionales, como las migas o las colas de cordero, el único plato a base de una carne procedente de un animal que sigue con vida. Muchos deliciosos elaborados artesanos como los quesos, tienen su origen en la cultura pastoril. Los ciclos anuales de desplazamiento de los rebaños ligados al clima y la trashumancia han dado lugar a fiestas y celebraciones populares, canciones y danzas distintas en cada lugar... La artesanía pastoril despliega un muestrario amplísimo de patrones decorativos en cañablas (collares de madera), esquilas, aciales, cuchillos, tijeras, prendas de vestir...
Y esta cultura ganadera está repleta de mitos y creencias cuyos orígenes enlazan con el Neolítico; aún hoy pueden verse a las puertas de algunos corrales piedras de rayo, recogidas para protegerse en las tormentas o piedras agujereadas para prevenir enfermedades en las ovejas; muchos de los remedios homeopáticos a base de plantas que practica la ganadería ecológica beben de estos conocimientos ancestrales.
Conservar la ganadería extensiva implica que no desaparezcan las casetas de pastor, las majadas, los abrevaderos o los muros de piedra seca que delimitan las cabañeras o cañadas, vías pecuarias que se han convertido en auténticos corredores naturales para la fauna silvestre y lugares de recreo activo para el turismo.
La ganadería extensiva no es una actividad económica que se ajuste rápidamente a las demandas del mercado, ni proporciona productos homogéneos que facilitan la distribución en el mercado y las grandes superficies. Sin embargo, lo que seguramente necesita la humanidad actualmente es cambiar de hábitos para mantener la salud propia y la del planeta. Así que, optando por la ganadería extensiva se apuesta por el comercio minoritario, por los productos de proximidad, adaptados a la temporalidad y al clima y por los circuitos cortos de comercialización.
Carne de calidad superior
El modelo productivo que desarrollan las explotaciones en régimen extensivo ofrece animales alimentados con más materia fresca y menos grano. Esta carne muestra unas cualidades organolépticas diferentes, que el consumidor final aprecia. Diversos estudios están demostrando que las carnes producidas con menos pienso y más pasto fresco alcanzan una calidad superior, especialmente en cuanto a los ácidos grasos insaturados y determinadas formas de proteína, las que determinan y potencian el sabor de la carne, como el denominado sabor “umami”, de mayor profundidad.Aprovechamiento de las vacas: La leche
Lactobacillus es el nombre científico de un género de bacterias, que habitan en el intestino (y otras partes) de animales y humanos, y que facilitan la descomposición de los alimentos. Además, como el resultado de esta descomposición incluye ácido láctico, el ambiente resultante donde viven estas bacterias es ácido, impidiendo el crecimiento de otras bacterias nocivas para la salud. Los lactobacilos, junto con otras bacterias, forman lo que se ha llamado microbiota intestinal, por ser organismos que viven dentro de los intestinos humanos y animales. El nombre de esta bacteria nos indica que está presente en la leche, especialmente en la leche de vaca. Con esta leche alta en lactobacilo se producen yogures y quesos, los cuales, por tanto, favorecen el mantenimiento de la microbiota intestinal, protegen el cuerpo de infecciones y facilitan la digestión de lo que comemos.
Más recientemente se han aprovechado estas bacterias provenientes de las vacas para producir medicinas, aunque su eficacia no está totalmente probada. El lactobacilo probablemente es eficaz para tratar problemas intestinales, como diarreas, estreñimiento, dolores de estómago o incluso los cólicos infantiles.
La leche de las vacas se recomienda para los niños y adolescentes, ya que es una alta fuente de nutrientes, proteínas y calcio que favorece el crecimiento y el desarrollo intelectual. Las grasas de la leche de vaca contribuyen al crecimiento del cerebro de los pequeños, así que los niños entre 1 y 2 años es preferible que tomen la leche entera, hasta dos tazas diarias. Se recomienda que los niños hasta los 8 años tomen más de medio litro de leche diaria (en forma líquida, en yogur o queso), y que los adolescentes beban tres tazas de leche, o equivalentemente, un yogur, un vaso de leche y 50g de queso diariamente. De cada vaso de leche o sus equivalentes se obtienen NUEVE nutrientes esenciales: proteínas, calcio, vitamina D, potasio, Vitamina A, fósforo, vitamina B12, riboflavina, ácido pantoténico y niacina. Es importante destacar que las proteínas de la leche de vaca, a diferencia de las proteínas de leche de origen vegetal, contienen todos los aminoácidos esenciales para nuestros músculos.
Así que la leche de vaca nos aporta muchos beneficios para la salud: protección frente a enfermedades y facilidad de digestión gracias a los lactobacilos, y nueve nutrientes esenciales y grasas para el crecimiento y el desarrollo infantil.
Origen de la palabra vacuna
En todas las páginas de información actual (periódicos en papel, informativos televisados, noticias de la radio, en redes sociales y en Internet en general) surge la palabra vacuna, ya que estamos todos pendientes de que nos llegue la solución que erradique la COVID-19 y podamos volver a la tan ansiada “nueva normalidad”.
¿Sabías de donde viene la palabra vacuna? Pues de VACA, claro. Louis Pasteur, en 1881 bautizó con este nombre al procedimiento terapéutico consistente en inocular material con una toxina o germen a fin de provocar en el organismo la inmunización activa contra la enfermedad producida por ese germen o toxina.
Vuariōla uaccīna era el nombre latino de una enfermedad de la ubre de las vacas del mismo tipo que la viruela humana, llamada viruela vacuna. El médico inglés Edward Jenner observó que las mujeres que ordeñaban vacas no enfermaban de viruela, y descubrió que era gracias a que sus vacas padecían esa enfermedad parecida, la viruela bovina. El contacto de las ganaderas con esa enfermedad las protegía, así que decidió infectar a un niño con la enfermedad de las vacas, y vio que primero desarrollaba una forma leve de la viruela, pero que no enfermaba de viruela humana. El virus de la viruela vacuna era lo bastante parecido al virus de la viruela humana como para que el sistema inmunitario de las personas creara las defensas necesarias para afrontar una infección de viruela real.
Así es como funcionan las vacunas: se inocula algo inofensivo (o que no causa la enfermedad en toda su gravedad) que genera en nuestro cuerpo las defensas necesarias para afrontar una infección real de la enfermedad que estamos intentando erradicar. ¡Y todo gracias a las vacas!
¿Y el metano, qué?
Todos hemos oído hablar de que las vacas agravan el calentamiento global por culpa de sus emisiones de metano. ¿Qué hay de cierto en eso?
Es cierto que las vacas (y todos los rumiantes) producen metano como consecuencia de su digestión. Los rumiantes se alimentan de hierba, forraje y cereales, y en su sistema digestivo habitan las bacterias que fermentan esa materia prima. Entre los productos de esta fermentación se encuentra el gas metano que las vacas expulsan mediante eructos o exhalaciones de su sistema respiratorio.
El gas metano tiene un efecto invernadero más potente que el CO2: 1 kg de gas metano tiene la misma capacidad de calentamiento que 25 kg de CO2. Pero el gas metano no se obtiene solo de las fermentaciones de los rumiantes, sino que existen grandes depósitos de este gas en el fondo del mar y en las capas de suelo congeladas de las regiones más frías del planeta. Si aumenta la temperatura del agua y de las regiones más frías, se podría liberar este metano a la atmósfera, con lo que agravaría muchísimo el efecto invernadero.
Vamos a hacer algunos cálculos. Actualmente hay unos 1.500 millones de ejemplares de reses en las granjas de todo el mundo para la producción de leche, quesos, carne, etcétera. Según la FAO (Food and Agriculture Organization of the United Nations: La organización de agricultura y alimentación de la ONU), como cada vaca expulsa unos 200 g de metano al día, eso equivale a unos 5 kg de CO2, y que en global las vacas emiten unos 100 millones de toneladas de metano al año, que equivalen al efecto invernadero de 2.500 millones de toneladas de CO2.
Parece mucho, ¿no? Pero, si lo comparamos con los gases de efecto invernadero que se liberan en el mundo por otras vías, que según el Panel Intergubernamental del Cambio Climático equivalen a unos 50.000 millones de toneladas de CO2 al año, las pobres vacas aportan un 5% de los gases de efecto invernadero. No deberíamos crucificarlas por eso...
En algunos artículos se les imputaba mucho más a las granjas de ganado, llegando incluso a afirmar que las vacas contaminaban más que los coches. Pero es porque se contabilizaban también los gases asociados al transporte, la construcción y mantenimiento de las granjas, a la fabricación y empleo de abonos para su alimentación... En cambio, en los datos para calcular la emisión de gases contaminantes por parte de los coches no se tuvieron en cuenta los que derivan de los procesos de fabricación, mantenimiento de infraestructuras, transporte de vehículos... Así que la comparación no era correcta, y por eso la FAO tuvo que rectificar.
Como hemos visto, en las ganaderías extensivas la construcción y mantenimiento de las granjas emplean pocos recursos que puedan incrementar la emisión de gases. Además, casi no se usan abonos para forraje y apenas se transportan los animales ya que van de un lado a otro por sus propios medios, con lo que la emisión de gases de efecto invernadero por parte de este tipo de granjas es mucho menor que en las granjas intensivas.
Los pastos que se han alterado químicamente para alimentar más vacas en poco tiempo, y los fertilizantes usados para hacer crecer el forraje más deprisa, también altera la digestión de los rumiantes. Con estos métodos, se ha visto que les provocan más emisiones de gases contaminantes, incluso en algunos casos vuelven infértiles a las vacas. Por tanto, una granja de ganadería extensiva, que minimiza este tipo de forrajes alterados ya que los animales se alimentan de los pastos que encuentran a su paso, también reducen la cantidad de emisiones de metano de sus reses.
Carnísima con la ganadería extensiva
En Carnísima creemos que el modo más sostenible de criar ganado siendo respetuosos con la naturaleza y con los animales es hacerlo en régimen extensivo y en granjas familiares a pequeña escala.
Al ser de granjas de ganadería extensiva, incluso nuestra carne de Wagyu, el impacto medioambiental no solo es bajo, sino que los aportes de estas granjas al mantenimiento y mejora del medioambiente son, en global, positivos: fijan la población en los medios más deshabitados, requieren poco aporte de energías fósiles, mantienen la biodiversidad de la zona, aprovechan pastos naturales, tienen una baja dependencia de productos como los cereales, y evitan los incendios forestales.
Además, dos de las granjas de donde obtenemos la carne tienen la calificación de Ecológicas, cumpliendo toda la normativa al respecto. Uno de los puntos fuertes de esta calificación está relacionada con la alimentación de las reses, que debe ser 100% natural, y en caso de usar forraje, debe ser ecológico, sin abonos artificiales ni otros aditivos que, por otro lado, contribuirían al calentamiento global. Además, los forrajes usados no solo tienen la certificación Ecológica, sino que están hechos a base de garbanzos españoles, con lo que se potencia la economía interna del país sin depender de importaciones que encarecen el producto.
También puedes encontrar ternera Premium en Carnísima. Esta carne proviene de la Granja Ricardo Buil, que cría las vacas en una explotación extensiva con alimentación de pastos naturales durante el verano, y con heno cultivado en las propias fincas de la granja, o con piensos vegetales de alta calidad.
En todos los casos, te ofrecemos la carne directamente de la granja, sin intermediarios y minimizando los traslados tanto de las reses como de los productos obtenidos. Con menos transporte, menos emisiones de gases de efecto invernadero.
Comprando en Carnísima tú también apuestas por la ecología, la economía del pequeño productor y la salud tanto de las personas como de los animales.